Cuando era pequeña, cada noviembre con la antesala de la Navidad le daba una segunda oportunidad a la magia. La misma que parecía desaparecer durante el resto del año.
Este noviembre está siendo bastante distinto al de aquel entonces, pero no por ello menos ilusionante. Digámoslo de otra manera, la magia se transforma. Realidades intangibles, planes, proyectos futuros, amistades y, un largo etcétera de muchas primeras veces.
Todos nos merecemos una segunda oportunidad, y Noviembre no será menos. Pero ¡a qué precio! Todos, todos menos aquell@s que por más oportunidades que le brinda la vida no hacen por aprovecharlas; Llevándose con ellos un trocito de nosotros, de decepción. Pero esta, es otra historia.

Hoy va por todo los Superwomen/men de la ecuación, personas maravillosas y apasionadas; espíritus ambiciosos y con afán por llegar allá donde sus ambiciones les llevan y que cada fin de semana comparto con ellos un sueño. Un grupo de personas maravillosas y apasionadas a las que la vida les ha dado una (segunda) oportunidad de alcanzarlos.
Para mí, noviembre es de esos que dan el paso. Con los regalos escondidos ya en el cajón de las sábanas. Y encarrilada va su actitud. Los regalos de Navidad son una prueba. Desvelan la calidad del espionaje desarrollado en los 365 días previos al seis de enero. Despliegan el registro de conversaciones recordadas. Confiesan las notas tomadas a lo largo del año frente a los escaparates, el número de ojalás apuntados, la marca memorizada después de que giraran el teléfono para enseñar un post de Instagram. En cada regalo honesto se entrega atención, lo que internet nos roba, y tiempo, lo que el atasco, la lavadora, las reuniones derramadas fuera de horario, agota.

Con la edad los regalos se reubican. Llenan de un nuevo sentido. Lo transforman, lo elevan. Recrean la esperanza de que los regalos aparecerán ellos solitos en el sofá, de que acertarán porque han escuchado, de que la infancia no se pierde, sino que se le baja el volumen frente al resto de adultos, tan solemnes al ojear un contrato antes de firmarlo, tan impasibles a las ocho de la mañana sobre unos zapatos de tacón y café en mano. Le recuerda al otro, cuando el regalo es honesto, que es escuchado, que es merecedor de tiempo, de atención. Qué es, si no, el amor.
