“Todo pasa por algo” o eso suelo decir yo, en esta ocasión bastaron cuatro años y un día, para que en mi tiempo y momento, lo dispusiera todo para poder ir a la esperada Kolkata.
Un lugar que tenía en mente desde hacía tiempo. Lo conocía de oídas por conocidos que habían estado de voluntariado y me hablaban maravillas de su experiencia.
Si no fuese por la fe, es difícil creer que en lugares como este, exista Dios. La miseria, la pobreza, la oscuridad, abarcan hasta el último rincón que puedan existir en sus calles. Adultos y niños hacen de las calles su hogar, fuentes públicas usadas como duchas, cartones, plásticos a modo de tejados, un par de cacerolas en el suelo y ya tienen casi todo lo que necesitan para sobrevivir.
Una ciudad en la que la vida parece que no tiene ningún valor y tan solo quedan sueños de lo que podría ser una vida plena. Cuervos, claxon y escombros llenan sus calles, animales y hombres conviven juntos en medio de innegables vertederos. Todo es estrés y caos; coches, camiones, autobuses, carros tirados por hombres que circulan sin parar… No hay ley, no hay orden, “no se siente la presencia de ninguno de sus 33 millones de dioses”.
En medio de todo esto, las sisters, un soplo de aire fresco en Calcuta, mujeres con saris blancos que irradian una luz a su paso por las calles, auténticas portadoras de amor que recorren sus rincones recogiendo cada alma necesitada de amor. Sin hacer distinciones, las acogen y cuidan, devolviéndoles parte de la dignidad que les habían robado.
Mi aventura empezó unos días más tarde que el resto, pero esa historia os la contaré en otro momento.
La verdadera misión de algunos de nosotros comenzó en Shanti Dan, donde más de 200 mujeres de edades diferentes, con ayuda de las misioneras, luchan diariamente por encontrar la felicidad y superar sus horrores. Shanti Dan significa “Regalo de Paz” y es un lugar en el que consigues olvidar todo el estrés, bullicio, suciedad y temores que te transmite la ciudad.
En un punto de misión como puede ser Calcuta, cuando experimentas la necesidad tan enorme de amor que tienen estas personas y de sus enormes sonrisas que acompañadas de un Hi! amenizan tus caminatas por la ciudad, consigues darte cuenta de la verdadera importancia de las cosas. Un cocktail molotov que pone patas arriba tu vida.
(No me extiendo más)
Creo que todo aquel que va a Calcuta, llega con el anhelo de encontrar lo que busca, ¿qué si lo encontré? 30 días después de vivir todo aquello, sigo sin saberlo.
Lo que sí, me he traído conmigo un cachito de Calcuta, para no olvidarnos nunca.