De pequeña solía sentarme en el balcón de casa de mi abuela. Me dedicaba a observar a la gente pasar e imaginaba cómo serían sus vidas. Me convertí en testigo silenciosa de conversaciones, amores épicos, pasiones en parques, peleas a todo o nada, risas etílicas entre amigos que se abrazan volviendo de fiesta. Miraba todo. Observaba, también, a las personas que vivían en los pisos de enfrente.
Soñaba. No os podéis hacer una idea de las horas que pasé soñando despierta en ese balcón. Visualizaba cómo sería de mayor. Las aventuras, la facultad, mis diseños. Mi aspecto, mi trabajo, mi novio-luego-marido, mis hijos y esas cosas. La boda. Ay, la boda. Y el vestido, obvio. Si os digo la verdad, creo era feliz sólo con sentir esa emoción, sólo con soñar.
Pero cuando crecemos la cosa cambia. Creo que sentimos la necesidad de hacer palpables esos sueños, de convertirlos en realidad cuanto antes mejor. Desechamos los que vemos muy complejos, los impensables, los imposibles. Los tiramos al contenedor de lo irrealizable. De los «bah, esto ni de coña». De los «yo nunca». Nos centramos en lo que parece más sencillo y damos por hecho que lo lograremos. Y unas veces pasa. Pero otras no. ¿Resultado? Creo que ya lo conocéis. Y no sé vosotros. Pero yo echo de menos volver a empanarme, sentada en el balcón de mi abuela, soñando despierta.
Sin esperar nada a cambio de mis sueños, simplemente, siendo feliz sólo con tenerlos.
Que sí. Que todos me diréis que los sueños están para cumplirlos. Y sí, claro. Pero por experiencia propia, os digo que lo realmente importante no es llegar, sino disfrutar del camino.
Y cada vez lo tengo más claro. Lo mejor de la vida es el trailer antes de la película, el famoso «que empiece ya». Lo mejor es cuando ves los relámpagos antes de que comience a llover. Lo mejor es el dolor de estómago de cuando esperas que te den una noticia. Lo mejor es cuando te compras el modelito para la ocasión especial, y lo sabes. Lo mejor es ese momento previo a un primer beso, cuando sabes que va a pasar, pero no estás cien por cien segura, pero sí, pero no, y entonces pum, toma beso.
Lo mejor es el preparar la mochila antes del primer día de colegio, ponerte los tacones y andar por el pasillo pensando en tu gran noche, hacer la maleta con lo justo y necesario. Y echar a volar. Lo mejor es hacer cola antes de un concierto y pintarte toda la cara con el nombre del cantante. Lo mejor es mandar un mensaje ñoño y no poder despegar la mirada de tu smartphone esperando una contestación, pintarte los morros esperando encontrarte con él, o contigo misma en el espejo y decirte lo buena que estás. Que sí, que lo estás.
Lo mejor es el antes de. Siempre. La ilusión. La adolescencia a los casi 26 (apenas una semana). Fichar a chicos con tus amigas. Y un largo etcétera.
Y vivir en fase REM lo veo cada vez como una mejor opción. Mejor que todo lo demás. Mejor que cualquier realidad. Tumbarnos en el sofá, cerrar los ojos, pensar en grande. O abrir la ventana, y mirar al infinito, empanándonos con cada mosca que pase, canturreando en voz baja cualquier canción de youtube. Volver a mirar la vida con los ojos de un niño, por muy explotada que esté esta expresión.
Te deseo, seas quien seas, que nunca olvides quién eres, qué te ha traído hasta aquí y adónde te quieres dirigir. Te deseo, seas quien seas, que aunque tengas aspiraciones, nunca olvides que lo más importante es compartir tiempo con las personas a las que quieres.
Te deseo, seas quien seas, que nunca creas que no vales para algo, que nunca nadie te haga creer que tus metas son absurdas. Sí, puede que tengas alguna idea descabellada, y deberás saberlo para mejorar, pero ante todo lo demás, nunca cambies el rumbo.
Te deseo, seas quien seas, que nunca te dejes nada a medias. Que eso es de cobardes.
Te deseo que sepas con quién salir, con quién bailar, con quién compartir tantos sueños. Te deseo que te enamores. De verdad. Que seas valiente. Que te atrevas. Que enseñes tus cartas.
No te las quieras dar tan de listo. No quieras ser tan especial, tan guapa, tan moderna. Al final, somos todos lo mismo, y lo realmente especial es tener a alguien con quien alargar los cafés.
Lo realmente importante es que sepas lo importante que eres, lo importantes que son tus sueños, lo valiosa que es tu existencia.
Te deseo que seas feliz. Que disfrutes del camino y que acabe esta semana, que se me está haciendo eterna.