No es lo mismo soñar que luchar por un sueño. No es lo mismo ser, que estar, que existir. No, definitivamente no es lo mismo.
No es lo mismo repetir el mismo día trescientas sesenta y cinco veces y llamarlo un año que, batirse el cobre trescientas sesenta y cinco veces por algo que te remueve por dentro.
No es lo mismo andar camino, que escoger un camino y abrirse paso por él, para uno mismo y los que vengan después. Nada tiene que ver el que se juega todo a una carta en la que cree profundamente, con el que se hace trampas así mismo porque no tiene nada en lo que creer.
No es lo mismo escribir “estoy aquí” desde el sofá de tu casa que, recorrer cientos de kilómetros para darle un abrazo a quien necesita que estés. No es lo mismo oír que escuchar, mirar que ver, tocar que sentir. No es lo mismo dejar huella, que dejar cicatriz. A veces me pregunto hasta dónde hemos llegado para que se nos haya olvidado eso.
No es lo mismo tener buenas intenciones que, pelear intencionadamente por aquello en lo que has decidido poner tu objetivo. Y da igual lo que sea, una idea, una relación, un trabajo…
Hay una gran diferencia entre soltar y dejar ir, entre darse cuenta de que algo no es para nosotros y aceptar que no podemos mantenerlo más tiempo a nuestro. Tampoco es lo mismo, querer mucho que querer bien.
Supongo que, si fuera todo tan fácil recordarlo yo no estaría escribiendo esto y tú no estarías leyéndolo. Pero es que se nos olvida. Tantas veces se nos olvida que un día, de repente, te ves mirando atrás y preguntándote cuál de todas esas diferencias fue la que no tuviste en cuenta. Y te preguntas, por cuál de todas no cumpliste tu gran sueño, por cuál no abrazaste a un amigo, por cuál no aprovechaste aquellos maravillosos años o por cuál no fuiste un poco más feliz cuando podías.
Sería feliz si acabase junio recordando algo, es importante diferenciar entre lo urgente de lo importante. Lo primero no necesariamente será transcendental, pero lo segundo puede cambiarte la vida.