Soy cronópata, sí seguramente tu cara sea muy parecida a la mía cuando escuché esta extraña palabra por primera vez.
La cronopatía es la obsesión por aprovechar el tiempo. Podríamos decir que, el tiempo es el bien más democrático que existe. Todos contamos con veinticuatro horas. Siendo cada uno responsable, no solo de cómo rellenar sus días, sino de cómo percibir la sensación del tiempo.
El tiempo, del latín tempus, temporis (tiempo, momento, ocasión), maravillosa palabra, bajo mi punto de vista está sobrevalorado. Yo lo llamo el síndrome del tiempista, creemos que este tiene un poder sobrehumano y sanador. La culpa, al final siempre acaba siendo del tiempo, o del vecino del segundo. Sin olvidar el maravilloso «el tiempo todo lo cura», ¿quién no ha dado este espectacular consejo alguna vez? Deja de maldecir al tiempo, porque para esto mejor dos palmaditas.
Sin contar estos dos clichés, lo que verdaderamente me gusta de él es, su poder de retroceder a una estación, un momento, un día y una hora. A veinte años atrás, capaz de devolverte a una persona que ya está en otro universo o recordarte el olor de aquel helado de fresa que tanto te gustaba de pequeña. Tragarte y escupirte en otro punto del mundo, susurrándote al oído aquello que se te pasó por la cabeza cuando la viste por primera vez.
Todos alguna vez nos hemos sentidos super héroes, intentando jugar con el tiempo, sin ser conscientes que con él nadie juega (Sin sonar demasiado dramática, soy Leo con tendencia a cáncer).
El ser humano se define según la manera en la que se organiza su día (24 horas) y, con ello, su vida. Somos lo que hacemos, o eso dicen. Así que cuidado, intenta encontrar la calma de vez en cuando y no acabes convirtiendo tu vida en una huida express. No olvidemos que las grandes experiencias de la vida no se saborean en el ajetreo del mes, sino conseguirás que sea mayo el que acabe comiéndote.
Y esta vez no le eches la culpa al tiempo.