Hay muchas cosas que valen. De hecho, es indiscutible que todo tiene un precio, una etiqueta colgada por la que decidimos pagar o no. Algunas valen poco, como todo lo que nos hace felices a medias. ¿Sabéis a qué me refiero, no? Las cervezas sin alcohol, el café descafeinado, el turrón sin azúcar, la tortilla de patatas sin cebolla, el yogurt sin trocitos, la ensalada sin maíz, la pizza con barbacoa, salir solo hasta después de cenar porque al día siguiente tienes que madrugar, un regalo que ya tenías, un concierto que repites pero que no llega a ser como el primero o que te corten la canción antes del final.
Algunas valen nada, que son las que nos hacen sentirnos inseguros con nosotros mismos. Por ejemplo, los complejos, los malditos y absurdos complejos. Y es un problemón. Todos los tenemos y no hay forma de huir de ellos. Luego tenemos las decepciones. Esas personas que se tornan decepción, que parecían una cosa y acaban siendo otra. Los que critican, los que hablan mal, los que sobran o los que no tienen ambición. Los males del corazón, los teléfonos que no suenan, las oportunidades que no llegan. Y las barreras. Ya sabéis de las barreras a las que me refiero: las que nos ponemos nosotros mismos, las que nos lo ponen todo tan difícil, las que dejan patente nuestra incapacidad de enfrentarnos a una vida madura y real. Son tantas cosas las que no valen nada que no cabrían aquí. Y a pesar de saber que no valen nada, les damos tanta importancia que aterra solo el hecho de pensarlo.
Por último está lo que sí vale y mucho, lo de la etiqueta que a pesar de contener una escandalosa cifra, pagaríamos sin ningún temor a quedarnos sin dinero en el banco. Si hay algo que vale la pena es todo eso que, de tan sencillo que es, no valoramos, pero que es lo más especial. Hablo de llegar a una estación y que te recojan con un abrazo. Hablo del paño mojado que te ponen en la frente cuando tienes fiebre, hablo de esperarse a ver una serie de netflix para poder verla contigo y de dejarte la última pieza de sushi para ti. Hablo de cambiar los planes solo por coincidir un instante a tu lado. Hablo del mensaje para saber si has llegado y de la primera llamada cuando es tu cumpleaños. Hablo de todas esas miles de cosas que nos rodean, nos encogen y agrandan el corazón a mil.