Es inevitable recordar, a veces en silencio, a escondidas y en los momentos más inesperados sin buscar nada en absoluto. Sin demasiadas pretensiones, pero lo cierto es que no puedo negar que, en ocasiones, mi mente viaja al pasado y recuerda situaciones, días, experiencias, conversaciones, instantes, risas…
Es curioso, cómo a lo largo de la vida se nos van presentando de una forma más o menos constante nuevas personas que, en muchos casos, llegamos a sentir como parte capital de nuestro entorno. Los nuestros, mi grupo, familia, los de siempre, … Se les puede buscar tantos nombres como tiempo tengamos para pensar en ellos pero, lo cierto, es que salvo un pequeño puñado de ellos, muy pequeño, esas personas pasarán por nuestra vida de una forma más o menos importante pero, siempre, pasarán.
Con esto no quiero desviarme hacia un panorama donde la negatividad campe a sus anchas. Lo que quiero decir es que las personas, nosotros, todos, vamos y venimos de la vida de otros de la misma manera que esos otros pasan y se van de la nuestra. Y ahí es donde quiero llegar, ahí es donde debemos pararnos a pensar y analizar la parte positiva y enriquecedora de todo el asunto.
Porque, en ese vaivén constante de individuos, esa ida y venida de almas, de historias y de recuerdos podemos encontrar algo profundamente enriquecedor.
Creo firmemente en ese todo que siempre pasa por algo, creo en el poder del aprendizaje y en la capacidad individual de quedarnos solo con aquello que nos aporta algo, que nos enriquece por uno y otro motivo. Por eso, cada una de las personas que aparece en nuestras vidas para un tiempo después, no sé si mucho o poco, abandonarla, tienen algo que enseñarnos, tienen algo que aportarnos y, por eso, sólo por eso, debemos dar las gracias. Muchos pensaréis que qué ocurre con aquellos individuos que nos hicieron daño. Y yo os digo que también, que de esos también se aprende o así debería ser.
Porque siempre sacaremos algo positivo de una experiencia borrosa en nuestra historia, siempre habrá un motivo para agradecer a tal o cual persona que nos abriese los ojos en un determinado momento, que nos mostrase su verdadero camino para, del mismo modo, nosotros poder elegir el nuestro, siempre se puede sacar una lectura positiva a ese capítulo que se nos atragantó en su día, siempre es bonito recordar el momento que supimos decir no sin remilgos ni contemplaciones, recordar la parte buena de cada persona aunque sepamos que nada, nunca, volverá a ser lo mismo.
Porque siempre nos deberían quedar los recuerdos bonitos, la nostalgia pasajera y los momentos imborrables almacenados en mi memoria. Y el resto…el resto que nos sirva de aprendizaje.
Y llegados a este punto, estoy segura de que todos podemos poner nombre y apellidos a alguna de esas personas que suenan a despedida casi desde las presentaciones, esas que pasan de puntillas por nuestra vida, esas que sabes que difícilmente volverán o, simplemente, aquellas que de un día para otro pasaron de incondicionales a imprescindibles por motivos que ahora no vienen al caso.
Luego están las que no interesan, las que decepcionan, las tóxicas, las que por muchos esfuerzos que hagamos terminarán en otro lugar, las que siguen buscando eternamente su sitio, las que no lo encuentran nunca… Insisto en afirmar que estas personas que van y que vienen siempre tienen algo que aportar(nos). Solo tenemos que quedarnos con lo verdaderamente importante. Y ¿el resto?…el resto ahora no importa.
PD. Dedicado a todas las personas que van y vienen de nuestras vidas, de la mía, de la tuya. A todas ellas: ¡Gracias por haber formado parte del camino!