La filosofía es tendencia, está a la orden del día, portada en el VOGUE. No se trata de pensar en el origen del cosmos, de dónde venimos o a dónde vamos, simplemente cada mañana al ir al curro en mi moto, me repito esta pregunta ya que veo pasar mi vida 2 o 3 veces ( consecuencia del tráfico a las 7.45 a.m.).
Ya existen coaches filosóficos que hacen de psicólogos, a los que se puede acudir cuando se ha perdido el rumbo, y tertulias en cafés y lugares públicos, en las que se habla del alma, la angustia, la felicidad, la tristeza, el sentido de la vida… Todas esas cosas que no se ven, no cotizan en bolsa, no producen ganancias contables, ni salen en los telediarios, pero que son las que nos mantienen en pie o nos hunden en la más profunda de las depresiones y las miles de rayadas del ser humano.
Algunos de estos gurús como el reconocido Droit, que prefiere, en muchos casos, sentir a pensar; propone una serie de ejercicios filosóficos que induzcan a la reflexión. Así como uno va al gimnasio a trabajar sus músculos y mantener en buena forma sus articulaciones; uno debería también hacer cierto entrenamiento filosófico para no caer en la desesperanza. Propone pequeñas tareas tan absurdas como beber y hacer pis al mismo tiempo, llamarse a sí mismo –no por teléfono, muchos ni siquiera se contestarían, sino de viva voz o a gritos– o mondar una manzana con la imaginación. Pero el absurdo siempre hay mucho de verdad y más de una lección por aprender. Su último libro se titula Si solo me quedara una hora de vida, donde propone “imaginar que nos morimos”.
Antes de introducirme en elucubraciones sobre mi muerte, empiezo con algunos ejercicios que propone, más fáciles. Por ejemplo, telefonear al azar, que consiste en marcar un número cualquiera y esperar el resultado, lo que Droit califica como “microaventura”, y donde lo más importante es que el que está al otro lado de la línea entienda que no se trata de una broma. “Hola”, contesto, “estoy llevando a cabo un experimento filosófico”. “¿Un quééééééé?”, “no gracias, no contesto encuestas por teléfono”, o que te cuelguen, directamente, son las respuestas más comunes. Aunque alguien se interesa por saber qué es eso, la mayoría dispone de poco tiempo para “tonterías”.
Me doy cuenta que algunos de los ejercicios los hemos hecho todos en algún momento de nuestras vidas, sin saber que tenían esa conexión con la teoría de Platón. Seguir el movimiento de las hormigas, hacer caligrafía, quitar el sonido a la tele, imitar a algún animal, intentar no pensar. Luego vienen los menos comunes, como inventarse otras vidas. Inventarse otras vidas es bastante normal entre chicas ¿o no?. Ley de supervivencia ante esos moscones, pesados de una noche de fiesta. Un día Robustiana, al otro Rodolfa, y un sinfín de nombres absurdos. Otra vez, me inventé una historia fascinante: mi padre había sido embajador, viví en países diferentes y sabía varios idiomas. El chico quedó encantado, no me vio como una farsante sino como una chica de pies a cabeza, aventurera, y yo feliz, porque pagaba él.
El nivel superior llega con pruebas más complicadas, aunque la mayor de todas es desprenderse de una emoción. Como cuenta Droit, “hemos olvidado que durante mucho tiempo el ideal para los hombres que aspiraban a la perfección fue desprenderse de las emociones”. Imagino a muchos imaginando un mundo de robots insensibles y pálidos. No se trata de eso, pero si consiguiéramos manejar un poco esta habilidad, podríamos prescindir de los sentimientos negativos y nos ahorraríamos muchos disgustos. Se trata de ver la emoción como una película, algo ajeno que pasa ante nuestros ojos y que no nos afecta. Realmente difícil. Por el momento y para mí, imposible.
¿Qué hacer si sólo me quedara una hora de vida? Es realmente un problema, porque esta pregunta tiene relación con uno de los mayores tabúes de nuestra sociedad. Vivimos de espaldas a la muerte y yo creo que si mantuviéramos una relación más próxima, tal vez nos enseñara como vivir mejor nuestras vidas.
Resulta curioso como pasamos nuestras vidas intentando conseguir cosas materiales (casa, coche, vacaciones, trabajo, master, pensión); mientras los que van a morir, lo que echan de menos, son casi siempre, bienes imposibles de tasar. Abundan los testimonios de personas con una enfermedad terminal y con los días contados, que cuentan que lo que más les hacía disfrutar eran cosas free (gratis): estar con los amigos, jugar con sus hijos o su perro, hacer el amor, ver la puesta de sol, bañarse en el mar, hacer aventuras… Lo que nos deja siempre la sensación de que quizás estemos haciendo todo al revés. El dominical de un periódico inglés cierra siempre con la sección Today is your funeral, en la que un famoso relata, pormenorizadamente, cómo quería que fuera su despedida, sorprendentemente, algunos saben ya la música que querían que se escuchara en su último evento o el epitafio que se leería en su lápida.
Escribir el último mensaje, para que quedé grabado en la tumba, puede ser un ejercicio bastante complicado y tipo mal rollo.
Pero yo creo que si tuviera una hora de vida, querría compartirla con más de una, dos o tres personas.
La amistad. Probablemente, una de las mejores cosas de la existencia. Seguramente, en esa hora organizaría una fiesta, un funeral irlandés en vida, en el que se bebe, se baila y se habla. Claro que si digo que voy a morir en una hora, los amigos se mostrarían tristes y circunspectos. Lo mejor es reunirlos diciéndoles que me cambio de curro y me voy fuera, y que es una fiesta de despedida. Y si pudiera, llamaría también a algunos enemigos, personas que nunca creyeron en mí o que pensaron que era demasiado insignificante para hacerles perder su tiempo. Es muy probable que, indirectamente y con la intención totalmente opuesta, hayan contribuido a mi mejora, a abandonar la aburrida seguridad para aventurarme en la vertiginosa y atemorizante incertidumbre. No les daría las gracias. Tratarlos como a los que me han apoyado me parece una enorme injusticia hacia los amigos de verdad. Así, entre risas, abrazos, bromas, recuerdos, bailes, besos y gintonics me despediría.
Escribir, también aparece, según dice Droit, “es lo que mejor sabe”. Creo que en el 0,009 de los casos dedicaría mi última hora a esta tarea, y menos a tratar de dejar algún mensaje o dar lecciones. Desde mi experiencia, los mensajes se malinterpretado; pero dejaría un legado en forma de diario, un mensaje a todas aquellas personas que forman parte de mi vida o que lo hicieron en el pasado. Aunque como lección, he aprendido a que no es necesario tener que morir para disfrutar de la vida. O como bien decía una vieja amiga “Joie de vivre”.