Los viajes dan para pensar y mucho. Para observar, para imaginar y coger ideas que quizá se materializan unos días más tarde en un blog, como es el caso.
En julio volé a Paris. Allí iba yo con mi sombrero al más puro estilo parisino, las gafas de sol colgadas y mis revistas en el bolso, como una turista típica en busca de arte y amor. Ya en mi asiento leí unas cuantas páginas de la revista, que no cumplía tanto como prometía y me dediqué a observar al resto del pasaje; bueno, al que me pillaba más a mano.
Como con mi vida no tengo suficiente, me centré en una pareja más o menos de mi edad. Y para no ser además de una turista típica una curiosa descarada alejé mi atención de ellos con la sonrisa puesta, porque el amor estaba, literalmente, en el aire.
Pensé entonces que emprender un primer viaje con alguien a quien amas y a quien aún no conoces demasiado es como que te pidan que cortes el cable rojo o el azul, sabiendo que sólo uno desactiva la bomba y que para ti la única diferencia entre ellos es el color.
Es verdad que a veces, como en el caso de la pareja del avión, cuentas con bastantes cosas a tu favor. Lugar 10, chico 10 y molto love ¿no?
¿Qué puede fallar?
Todo. Puede fallar todo. No sé qué les pasó durante aquellos días al chico y la chica que viajaban junto a mí, pero a la vuelta volvimos a compartir vuelo y parecían otros. No más felices, no más unidos. Todo lo contrario. Debieron de haber pasado unos días espantosos juntos, porque ni se miraban ni se hablaban. Estar sentado junto a alguien con quien no quieres estar y que no quiere estar contigo durante casi tres horas, debe de ser infumable.
Mi cara de circunstancias debieron de delatarme, pero no lo pude evitar. Luego miré hacia delante y pensé que a veces viajas al paraíso y te lo encuentras en obras. Pienso que al amor se viaja en primera clase y se vuelve de él en turista. Y como estas dos frases me gustaron las anoté para utilizarlas en algún post en el blog.
«En el amor y en la guerra todo vale» pero no por ello, des pasos en falso. Puse mi asiento en vertical, me abroché el cinturón y vi los títulos de crédito de la película que terminaba de ver mi compañera de asiento. Bajé del avión, recogí mi maleta de la cinta y contemplé cómo delante de mí el chico arrastraba la suya hacia la salida del Metro mientras ella se dirigía a la parada de taxis. Parecía ligera de equipaje. Se había equivocado de compañero.