Tener buena memoria es un don, yo no me considero una persona que alcance ese grado. Pero creo que lo mejor sería tener memoria selectiva, esa que te permite quedarte con los buenos recuerdos y desechar los malos, llevar al «olvido» aquellos momentos que no se caracterizan especialmente por haberte hecho feliz. No te niego que de todo se aprende, pero si en su momento ya sacaste tus propias conclusiones, definitivamente a mí me gustaría poder borrarlos.
Por eso, recuerda tu infancia, esa etapa no suele fallar. Esos días en los que madrugar parecía morir en vida para ir al cole, en los que esperabas con muchas ganas la hora del recreo y después la vuelta a casa, hacer los deberes y a jugar con los vecinos del bloque. Te duchabas, cenabas y vuelta a empezar. Esa época en la que los fines de semana solías disfrutar de tu familia al completo. Recuerda las barbies, los sitios a los que solías ir y tus comidas preferidas «alitas de pollo», recuerda la simplicidad de aquello y sonreirás… ¡De eso se trata!
Recuerda a las personas que marcaron ésta y otras etapas buenas de tu vida, esas que entraron para quedarse, que se ganaron un sitio. Cuídalas, ten presente cada cosa buena que hicieron por ti y no lleves la cuenta de la ayuda que le prestaste, porque no consiste en eso. Más bien se trata de que esa amistad no suponga un esfuerzo para ninguna de las partes, si alguna vez fue así, con razón se perdió.
Olvida cuando suspendiste aquel examen que, al final, no supuso absolutamente nada en tu expediente. Olvida también las primeras frustraciones que tuviste, tampoco marcaron tu vida. Ese tiempo en el que te agobiabas con los pequeños impedimentos que iban surgiendo en tu día a día, eso era aprender a vivir… No lleves las cuentas de lo que te hizo daño, deja sitio en tu memoria para todo lo bueno que está por llegar.
No soy de las de “no te arrepientas de nada de lo que has hecho”, más bien opino que no cambiaría nada de lo vivido, aunque sí alguna vez actuaría de otra forma si tuviera la oportunidad de volver a aquel momento. Piensa siempre en ti, en lo que tú deberías o no haber hecho, nunca en las otras personas, porque en esos casos sí que no tienes nada que decir. Sin embargo, en ti está ser consciente de tus fallos -para no repetirlos en la medida de lo posible- y en tus aciertos -para hacerlos característicos en tu forma de ser-.
Que te recuerden porque haces reír, porque sabes escuchar, porque a pesar de saber que no siempre tienes la razón muchas veces aciertas en tus juicios, por proceder de forma humilde aunque seguro de ti mismo. Que piensen en ti cuando necesiten ayuda o busquen la sinceridad en estado puro pero con tacto, que sientan que en ti hay buenas maneras y, sobre todo, buenos sentimientos. Que cuenten contigo para pasarlo en grande, pero que sepan que tienes un hombro en el que apoyarse siempre, sin condiciones. Que sepan que no empezaste ayer, sino que ya tienes cierto bagaje que estás deseando ampliar… Que, seas, en fin, una persona válida en todos los ámbitos de tu vida.
Que hayan olvidado tus fallos, los que cometiste por ti mismo y aquéllos en los que contaste con la inestimable colaboración de quien tenías enfrente, pero todos fueron tuyos, sin excusas. Que no tengan en cuenta tus malas respuestas y gestos desagradables, es cierto que todos podemos tener malos días, pero no debemos caer en el error de convertirlos en costumbre, porque entonces nos caracterizarán y eso es realmente peligroso. Que pasen por alto si alguna vez actuaste sin tener en cuenta a los demás, quizás es utópico eso de pensar en los demás antes que en ti, ciertamente pocos lo consiguen antes de tener hijos, pero al menos no te antepongas…
Y, puestos a recordar, recuerda sólo buenas intenciones, cosas buenas, personas buenas, experiencias buenas...
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