Lo hablaba hace unos minutos con una amiga: qué raro es el tiempo, no solo las temperaturas, qué también, sino el tiempo en sí. ¿Sabes esos días? En los que algo nada te cuadra y no sabes exactamente qué es. Algunos lo llamas crisis existencial, o rayadas, pero que básicamente consiste en pararte a pensar dónde estás, dónde estabas y a dónde quieres ir. Y hay tantas cosas que han cambiado a una velocidad desorbitada, que da vértigo.
Y me hace pensar en Fito y su, entre la espada y la pared. Entonces ¿qué dirías de tus planes? Probablemente no salieron como esperabas. No hablo de cancelar tu cita de mañana o media agenda de la semana, me refiero a esos grandes planes, de los que se toman sin querer y sin pensar y, sin embargo, te conducen más lejos de lo que indican los mapas. ¿Hay algo en tu vida que saliera como esperabas? Puedo recordarme, hace muchos años, respondiendo a preguntas estúpidas tipo “a quién quieres más,a mamá o a papá” y esa era una de mis grandes duda existenciales, cuando tenía claro a qué me iba a dedicar, dónde iba a vivir y como sería el traje de mi boda. No sé qué queda de aquella chiquilla de preocupaciones varias e intrascendentes. Cómo nos cambia la vida, ¿no? De lo que estoy segura es que nunca se desvanecerá por completo, siempre hay un cachito de ella en mí.
¿Qué dirías de la gente? ¿Podrías recordar el nombre de todas esas personas que, al conocer, pensaste que eran maravillosas? De todas a las que te prometiste que no olvidarías sus nombres. Y qué son los nombres más que un montón de letras desordenadas. ¿Recordarías sus caras? Recuerdas la manera en que tu amiga de la infancia se cruzaba papelitos contigo en clase o como hablabais sobre el guapo de la clase. La forma en que aquel amor de verano te hacía reír. Recuerdas tu primer beso.
¿Recuerdas a los que estaban pero ya no están? La manera en que te abrazaban. Cuántas cosas pueden demostrarse en un abrazo, ¿verdad? Pero ya no están y no lo estarán, al menos, en esta vida. Y tú no los olvidas. Sé que no lo haces, esos recuerdos son los que no se borran, no es algo que podamos permitirnos.
¿Qué hay de todas esas personas a las que un día quisiste? Duele, ¿no crees? No sé si lo puedes recordar, ese exacto momento, esas décimas de segundo en las que te diste cuenta de que esa persona no volvería a formar parte de tu vida. Jamás. Que todo se limita a recuerdos que vamos coleccionando.
Es esa especie de mecanismo que rige nuestras vidas y nuestra forma de ser. El mecanismo que rige al mundo. Conocer, vivir y olvidar. Una y otra vez. A las personas, los lugares, los trabajos, la experiencias. Y lo piensas y lo cierto es que duele. Que todas esas vivencias extraordinarias que juramos que no borraremos de la memoria, que nos marcan y nos cambian, nunca la volveremos a experimentar. ¿Qué pena, no?
¿Con qué me quedo? Con nada. ¿Con quién me quedo? Con vosotros. Por todo lo que nos queda por vivir, por hacer. Por todos esos planes que diseñaremos al detalle y que nunca se llevarán a cabo. Por esas camisetas que vemos en el escaparate y nos juramos que algún día serán nuestras y, sin embargo, nunca lo serán. Me quedo con todos los mapas que cuelgan por las paredes de mi vida, esperando a ser recorridos. Esos caminos a ninguna parte que nos da por tomar de vez en cuando. No me digas por qué, pero es algo que hacemos todos y, cuando estamos cansados de andar nos preguntamos qué hemos estado haciendo. Y no obtenemos respuestas y, con todas esas cuestiones sin resolver también me quedo.
Y, ¿sabéis con qué más? Con todas esas personas a las que un día admiramos, apreciamos y ahora nos encontramos y giramos la cabeza. A las que no conocemos y no tendremos el placer de conocer, y probablemente nos caeríamos genial. A las personas que amamos y que nunca lo supieron y las que nos quisieron a nosotros y nunca nos lo dijeron. Sí, con esas también, porque la vida es un sinsentido, es ese baile frenético en el que “Somos de lo que pensamos tumbados en la cama los domingos por la noche”.