Para mí, ella era Manuela o como solíamos llamarla, Manolita. Una mujer de casa, de su trabajo. Dedicada toda su vida a su marido y a sus tres preciosos hijos. Una fiel creyente y amante de la lectura y la escritura, tal fue así que a cierta edad la memoria se llevó todo su saber, dejándole un Alzheimer de caballo, qué le hizo volver a sus raíces. A la simpleza de la vida, como lo es un chocolate con churros.
Ella solía usar falda, porque decía que con pantalones no estaba cómoda. Era de semblante serio, pero rara vez la encontrabas enfadada. Amaba las reuniones en familia y el café bien caliente. Defendía a muerte el saber y el conocimiento, aquel que la guerra le ayudó a dar el valor que tiene.
Cuando yo era pequeña, solía volverse loca conmigo y la moda, en una reivindicación constante por mi parte a la hora de la elección de los conjuntos que me iba a poner «nunca pegaba la ropa o la selección de los colores no era la acertada», en fin una guerra a fondo perdido, por su parte, claro.
Como ella, hay muchas más. Científicas, amas de casa, cineastas, trabajadoras, diseñadoras, creativas, mujeres de nuestro entorno (conocidas o desde el mayor de los anonimatos), soñadoras, que han peleado y siguen haciéndolo con uñas y dientes.
Un brindis, por Manolita y por todas. Referentes. Líderes allá donde estén.