Hace poco murió un amigo y no fui al tanatorio. Tampoco al entierro. Estoy en otra ciudad, no hay trenes, no me daba tiempo. Supongo que podría haberlo intentado un poco más. Tenía cuarenta y pocos años, demasiado joven para irse (¿cuándo es uno lo suficientemente mayor para morir?), y deja una niña pequeña. No sé cómo es ella, no tengo claro si conozco su nombre. La suya, la de su partida, es una historia como hay muchas más. Mucha gente muere joven, muchos se van de forma injusta. Ahora mismo en el mundo hay cientos de familias llorando a alguien, no es especial. Es triste, pero no es único. Lo que a uno le pasa, le pasa a la mayoría.
(CARTA DE REVISTA. Anónimo)